El queso –o el salto de la leche a la inmortalidad– fue una de las primeras comidas de la historia, nació con la revolución neolítica, la domesticación y el sedentarismo. Esencial para las grandes civilizaciones occidentales y deliciosos para cualquiera. Cuál es su rica historia, cuándo llegó a la Argentina, cómo se produce, qué tipos existen, cómo conservarlos y usarlos y también: los diez mejores lugares donde comprarlos en Buenos Aires.
En la Argentina siembre hubo quesos, pero en los últimos años la oferta se multiplicó imparablemente: aparecieron las "nuevas" muzzarellas al estilo italiano, afloraron los símil franceses con olores vigorosos, brotaron los azules de todo tipo, proliferaron las variedades de pasta dura, surgieron muchas opciones de oveja y cabra y llegaron clásicos suizos, checos o griegos, pero de producción local.
El producto se impone sobre la preparación, lo simple sobre lo complejo, la materia sobre el cocinero o en definitiva: ya casi nadie cocina. Y los fiambres forman parte de este fenómeno llamado cocina de producto en el cual el elemento suele no estar casi manipulado antes de llegar a la mesa. Donde el valor agregado ya no está en el trabajo posterior sobre el producto sino en poder ofrecer un producto de gran calidad. Y con esta nueva configuración, los fiambres artesanales hechos con buena materia prima y mucha dedicación se imponen como nuevos elementos de moda; de los cuales vale la pena hablar, pensar, probar e incluso, pedir en los restoranes. Sin embargo, ya nadie habla de jamones, prueba salames o piensa en matambres, los nuevos protagonistas de la escena son la cecina, el lardo y la nduja. Y si fueran de wagyu –en el caso de la vaca– o de duroc –en el caso de los cerdos– y de carne madurada, mucho mejor.