La historia de nuestros cubiertos: cuchillo, cuchara y tenedor
El cuchillo solía ser el único invitado a la mesa hasta el siglo XVII. Las manos hacían el trabajo del tenedor y la cuchara era reemplazada por la acción directa de la boca contra el cuenco. Sin dudas, entre los tres, el cuchillo es el elemento más importante y preponderante. Incluso, un elemento fundamental para la evolución del ser humano y su consagración como animal social.
El cuchillo posibilitó que el humano prehistórico cazara, diseccionara, comiera, sobreviviera y por tanto: socializara. El cuchillo es, por supuesto, un elemento necesario para la invención de la cocina, una de las primeras acciones socializantes del hombre. El cuchillo es, además, el causante de algunos cambios en la anatomía del ser humano –pura teoría de la evolución–: provocó que nuestros dientes fuesen más redondeados y chicos y que nuestra cavidad bucal se redujera transformando nuestra cara en la que conocemos hoy en día.
Una piedra pulida y puntiaguda fue el primer cuchillo de la humanidad, lascas filosas con más de dos millones de años de antigüedad, tiempos aún del Homo Habilis. Esta capacidad de crear herramientas de piedra es lo que determinó el paso del homínido al género homo –primeros antepasados del homo sapiens sapiens actual–.
Luego vinieron los cuchillos de cuerno o hueso y recién, el descubrimiento o domesticación del fuego posibilitó la producción de herramientas de metal, más resistentes y filosas. Pero para que aparecieran los primeros cuchillos de cobre pasó al menos medio millar de años, cifras que escapan a nuestra lógica. Los primeros cuchillos de cobre datan de hace unos ocho mil años y, un par de milenios después descubrieron que si al cobre le agregaban estaño –otro metal fácil de encontrar y que se funde a una temperatura relativamente baja– creaban una aleación mucho más dura llamada bronce. El bronce y sus herramientas dominaron el mundo por unos tres mil años hasta el descubrimiento del hierro, el cual perduró hasta la masificación del acero, hace unos pocos siglos.Enfocándonos en la mesa, nuestro menester, y pese a que ya durante la Edad Antigua en Grecia y Roma los cuchillos eran sofisticados y habituales, todavía eran elementos de guerra y no formaban parte de las mesas respetables. La comida llegaba cortada desde la cocina para que los comensales tomaran con sus manos las alimentos y se los llevaran a la boca.
Fue entonces, en la Edad Media, cuando el cuchillo empezó a formar parte de las mesas y a transitar su lento camino hacia su rol actual, siendo el primero de la tríada en hacerlo. Sin embargo, todavía se trataba de un elemento de lujo y sin distinciones: el mismo que se usaba para destripar a un enemigo podía ser utilizado para comer un apacible almuerzo. Se supone que fue el refinado cardenal Richelieu quien en 1630 mandó a modificar los cuchillos de su casa, eliminar sus puntas y transformarlos en redondeados para que sus invitados no pudieran ni usarlos de escarbadientes ni clavarlos en las mesas. Su decisión fue bien recibida por toda la corte francesa y así, la difusión de los cuchillos de una sola hoja y punta redonda se convirtieron en habituales en las mesas presuntuosas de Europa.
Sin embargo, fue recién a fines del siglo XVIII que el cuchillo como cubierto y elemento hogareño de cocina se masificó y llegó a las clases menos adineradas.
La palabrea cuchara proviene de “cuchar”, una medida antigua de granos, y esta, a su vez, del latín “cochleare”: caracol. Lo cual denota su origen casi tan primitivo como el del cuchillo. Sin embargo, a diferencia de los cuchillos primitivos, para que naciera la cuchara primero se necesitó de la domesticación del fuego, de los primeros recipientes de barro y con ellos, de las preparaciones caldosas. Y, como indica su origen, las primeras cucharas fueran hechas con conchas de bivalvos en las costas o de materiales óseos lejos de ellas. Las cucharas primitivas aparecen con la revolución neolítica y el comienzo de la agricultura y con ella, de los primeros asentamientos.La cuchara ya era un elemento muy difundido en Babilonia y Egipto hace unos cinco mil años, pero se cree que eran utilizadas más en ceremonias o como artefacto médico que como herramienta para la mesa diaria. Eran aún artefactos suntuosos y exclusivos que, por ejemplo, formaban parte del ajuar funerario de los reyes y no, de las mesas de los súbditos.
La cuchara se popularizó en la Antigua Grecia y aún más, en el Imperio Romano donde existían al menos tres tipos de ella dependiendo de su función específica, sin embargo se trataban de herramientas, para abrir moluscos, por ejemplo, pero no eran un elemento común en las comidas. Si acaso, eran usadas para servir la comida en las casas de las familias más pudientes, pero su uso todavía no era individual, de cada comensal; ya que, en general, como dijimos no era necesaria su utilización: la comida se cocinaba y servía para ser consumida fácilmente con la mano.
Se cree que la cuchara se transformó en habitual a partir del siglo X en la Península Ibérica durante la dominación musulmana y el reino de Al-Ándalus. Pero que fue recién en el siglo XIV cuando tomaron su forma actual, más redondeada en vez de plana, para poder levantar y sostener los alimentos con comodidad. Por aquellos años, los manuales de buenas costumbres empezaron a recomendar el uso de cucharas en vez de aconsejar sorber directamente del recipiente. Y así, las clases altas empezaron a adoptarlas como elemento habitual y necesario, pero como todo gran proceso llevó varios siglos en difundirse e instalarse masivamente.
La transformación de las costumbres en la mesa, la utilización de cubiertos y aún más, de cubiertos individuales viene de la mano de la conformación de una nueva clase media trabajadora que empieza a gestarse durante el siglo XV y XVI, que se solidifica con la Revolución Industrial y se consagra con la Revolución Francesa. Antes de eso, cualquier uso y costumbre relacionada al uso de cubiertos individuales estaba reducida a las cortes. De igual manera y en relación con esto, hasta ese momento el servicio no solía ser de manera individual, por el contrario, el alimento se disponía de manera general y cada uno se servía o tomaba su porción. Los restoranes, fenómeno que se consolidó luego de la Revolución Francesa, ayudaron también a fomentar el uso de cubiertos y servicios individuales. Por ejemplo, durante el siglo XVI las cucharas todavía eran solo de plata y oro y, pese a que eran comunes en los banquetes de la nobleza, aún eran símbolo de riqueza y ajenas a las clases bajas.
La cuchara es el único de la tríada de cubiertos que es casi universal, que se usa tanto en occidente como en oriente –junto a los palitos–. Y pese a eso, es quizás la herramienta menos indispensable como cubierto en la mesa. Una de estas noches estaba cenando en un restorán japonés y había cinco ejecutivos nipones muy elegantes en la mesa de al lado. Al momento en que les sirvieron sus sopas de miso, todos se negaron a recibir su cuchara, prefirieron beberlas directamente del cuenco. Cortar sin cuchillo o trinchar sin tenedor es más complejo. Pese a eso, destaco absolutamente la utilidad de la cuchara para poder obtener en un mismo bocado elementos sólidos y húmedos, tan necesario en tantos platos; muchos de ellos, lejos de ser sopas.
El tenedor es el intruso de la historia, aquel que se impuso hace bien poco como necesidad frente a un servicio nuevo en el cual el comensal debe cortarse su comida en el plato, frente a la masificación de las carnes en su punto y frente a la consideración –quizás errada– de que comer con las manos ya no era un acto pulcro y respetable.
La palabra tenedor proviene del latín, de una composición entre el verbo tenere –dominar– y el sufijo dor –agente–; lo cual desemboca en el agente que domina o retiene: la propia acción del tenedor.
Pese a que la forma del tenedor existe desde la Edad Antigua, famoso el tridente de Neptuno, el tenedor como objeto y función tal como nosotros lo conocemos no existía. El tenedor moderno se creó y tomó forma en la Edad Media, en el Imperio Bizantino durante el siglo XI. Al parecer, a la hija del emperador Constantino X Ducas no le gustaba tocar la comida con sus manos, era tan delicada que le irritaba ensuciarse, tal como todos los seres humanos hasta ese entonces habían hecho. Su padre, para concederle el capricho, le mandó a fabricar un utensilio de oro con un par de puntas para pinchar la comida. Sin embargo, la sociedad bizantina y la iglesia rechazaron su invención y uso y el utensilio fue calificado de diabólico, seguramente por su forma bífida y la falta de habilidad de quienes intentaban usarlo: se lastimaban el interior de la boca al ingerir los alimentos. Alegaban, además, que eran los dedos el medio por el cual el hombre debía llevarse la comida a la boca.
Sin embargo, con el pasar de los siglos el tenedor empezó a tener cierto éxito sobre todo en las pujantes y modernas familias italianas del fin de la Edad Media. El tenedor era un elemento exótico, curioso y lujoso que era utilizado por los nobles más pretenciosos solo para consumir frutas. El lugar que ya ocupaba en las mesas elegantes de las cortes europeas el cuchillo y la cuchara aún no lo tenía el moderno tenedor.
Fue a fines del siglo XVI, en Francia, durante el reinado del Enrique III que el tenedor empezó a considerarse como elemento necesario de la mesa. Todavía se trataba de un tenedor de dos dientes y fue en el restorán más antiguo de París –La Tour d’Argent– donde en 1582 apareció por primera vez en la escena pública: tenía como cometido que los muchachos no se mancharan la gorguera –cuello ridículo y voluminoso de la época–.
Con los años, ese utensilio exótico y curiosos se expandió y pos Revolución Francesa ya se trataba de un elemento instalado en las clases adineradas: comer con los dedos ya estaba mal visto. El tenedor era símbolo de la nobleza, tanto como la cuchara lo era del proletariado.
Por estas tierras, en épocas de Revolución de Mayo, el tenedor seguía siendo un elemento de lujo, exclusivo de las casas más paquetas, eran aún en su mayoría de plata y un elemento importado de renombre. Faltarían otros 100 años para que aparecieran los primeros cubiertos de acero inoxidable y por tanto, el acceso a ellos se masificara absolutamente.