
Sobre todo es, y también es muy buena, seguro que no es mala, pero también, casi seguro, que no es la mejor.
Hasta hace un siglo todos lo buscábamos sin saber de qué se trataba. Hasta hace unos veinte años quizás lo encontráramos sin casi tenerlo en cuenta. Ahora todos sabemos su nombre y una comida sin él es casi un desperdicio; el umami se transformó en el término más interesante y de moda de toda la gastronomía. Todavía no forma parte de la RAE pero sí de cada buen plato que comamos. Es el descubrimiento científico más revelador de por qué nos gustan algunas cosas más que otras. Sobre gustos ya no hay opiniones, sin umami nada tiene sentido.
DEBATES12 de junio de 2022Umami quiere decir sabroso en japonés y deriva de dos vacablos: umai –delicioso– y mi –sabor–. El concepto fue descubierto y acuñado en 1908 por un científico japonés llamado Kikunae Ikeda. Ikeda tuvo la revelación al beber un caldo dashi de alga kombu –muy clásico de la cocina japonesa–. Se dio cuenta que allí había algo más, que eso que lo atraía de ese caldo era otra cosa que los cuatro sabores conocidos hasta el momento –dulce, salado, ácido y amargo–. Allí había un quinto sabor: un sabor delicioso pero indescriptible, un sabor intenso pero inidentificable.
Ikeda se puso a estudiar dicho caldo hasta lograr demostrar de forma científica que eso de lo que él hablaba y definió como umami provenía de un aminoácido llamado glutamato: un componente que liberan las proteínas de algunos alimentos. Años más tarde, se descubrió que el umami no solo se encuentra en el aminoácido glutamato, sino también en dos ácidos nucleicos como el inosinato y el guanilato. Al inosinato lo podemos encontrar en pescados y carnes, mientras que el guanilato se halla en altas concentraciones en hongos deshidratados, por ejemplo. El umami se potencia cuando las tres sustancias que lo componen se encuentran en forma conjunta en un plato. Por eso, no es casualidad que se haya descubierto en Japón: el alga kombu es el alimento con la mayor concentración de glutamato que se conoce y el katsuobushi –láminas de bonito seco–, el otro componente fundamental del dashi, es rico en inosinato.
El umami no tiene un sabor preciso que podamos identificar, se trata de algo sutil y complejo que solo combinado con otros elementos logra su cometido: potenciar y realzar todos los sabores. Provoca salivación, deseo, hace que una comida nos parezca atractiva y adictiva. En el 2002 se descubrió que las papilas gustativas o receptores que tenemos para saborearlo se encuentran por casi toda la lengua. Y no solo eso, también los hay en el estómago, al percibirlo el cuerpo pone en marcha la digestión. Por eso, el umami no solo transforma una comida en deliciosa, sino que también mejora la digestión.
Nuestra relación y adoración por el umami proviene desde el principio de los días, nuestros días: la leche materna está cargada de él. No obstante, también lo buscamos inconscientemente en nuestras preparaciones desde hace milenios: la salsa más utilizada y difundida de la antigua Roma –el garum– era preparada con pescado fermentado –puro umami–, la salsa prehispánica más característica del actual México, el mole, también es rico en umami debido a la combinación de frutos secos, cacao y tomates; y ni hablar de la salsa de soja, inventada en China hace más de 2500 años.
Las cocciones, fermentaciones, maduraciones, envejecimientos, curaciones, deshidrataciones o secados potencian la liberación de umami, y de allí que estemos transitando en estos momentos “la era de la podredumbre controlada o la era de la lentitud”, en la cual casi todo lo bueno debe estar añejado, madurado o fermentado. Todos estos procesos potencian de forma consciente y buscada el umami, lo sabroso, irresistible o adictivo de los alimentos.
El umami se empezó a comercializar de forma sintética, aislada, hace algunas décadas. Se trata de puro glutamato monosódico, producto conocido como GMS -en inglés- o Ajinomoto -marca más difundida-. Este producto generó controversias y se lo supuso peligroso para la salud: cancerígeno. Pero se comprobó que su consumo habitual de ninguna manera puede ser dañino, habría que tomar unas mil veces la cantidad corriente para que sí lo sea. La mayoría de los alimentos procesados y las comidas rápidas suelen llevar glutamato. Se recomienda usarlo en las mismas cantidades que las que pondríamos de sal. Y, al potenciar la percepción de lo salado, es una alternativa para reducir el consumo de sal y no perder su atractivo.
Cuando comas el próximo plato que verdaderamente te guste mucho tratá de pensar: en donde está el umami o lo que es lo mismo, por qué será que me gusta tanto. Los grandes chef ya no piensan un plato sin él y por eso, son cada vez más habituales las platos de “mar y montaña”, las mezclas de pescados con carnes, las de verduras con fermentos, las de dulces con salados, las cocciones largas y lentas, el uso de menudos y charcutería o las salsas untuosas; puros portadores de umami.
Alimentos con altas concentraciones de umami para potenciar tu próxima comida:
–Algas
–Hongos
–Salsas o pastas fermentadas
–Fiambres curados más que cocidos
–Tomate
–Quesos curados y duros más que aquellos frescos
–Pescados grasos y conservas
–Carnes, aún más madurada
–Espárragos, brócoli y cebolla
–Mariscos
–Caldos y reducciones
Sobre todo es, y también es muy buena, seguro que no es mala, pero también, casi seguro, que no es la mejor.
Todo cambió, a partir de ese 14 de julio de 1789 el mundo no fue igual y por supuesto, la gastronomía tampoco. La revolución que estalló por falta de comida terminó revolucionando las cocinas.
Cuándo la cocina regional dejará de ser sinónimo de NOA y sus platos patrios, cuándo habrá restoranes mesopotámicos o chaqueños en Buenos Aires, cuándo la alta cocina porteña se animará a crear verdadera cocina argentina, cuándo dejaremos de reproducir incansablemente, a toda escala, la cocina de bodegón y el asado, cuándo haremos de la cocina argentina una cocina propia, con identidad y anclaje como lo son –y entendieron el camino de la alta cocina hace un par de décadas– la mexicana y la peruana.
Cómo comemos en el mundo: ¿Con la mano, con palitos, con cubiertos, solo con cuchillo, entre panes? ¿Compartimos o comemos lo nuestro? ¿Siempre sobre un plato? ¿Cuál les parece la mejor o más sofisticada manera de comer?: ¿el Tenedor y el cuchillo, trinchar y cortar cada comida? ¿usar palitos en preparaciones ya porcionadas? ¿o comer con las manos, el acto más natural?
En el 2024 vamos a haber comido, cada uno de los argentinos, la menor cantidad de carne de vaca de nuestra historia –por persona al año–, al menos desde que se tenga registro, cosa que sucede desde 1914. En el 2024 no vamos a haber comido, por primera vez en más de dos siglos de historia, más carne de vaca que de pollo –o que de cualquier otro animal–. En el 2024 no vamos a haber elegido comer la menor cantidad de carne de vaca de nuestra historia, lo cual hubiera sido respetable, incluso valorable; pero no es así: es consecuencia de su precio, de las posibilidades de cada argentino, de sus sueldos y sus obligaciones de comer y comprar, con suerte, carnes más baratas.
Todo cambió, a partir de ese 14 de julio de 1789 el mundo no fue igual y por supuesto, la gastronomía tampoco. La revolución que estalló por falta de comida terminó revolucionando las cocinas.
Una cocina italiana que, curiosamente, no llegó a Buenos Aires. Solo el 1,4% de los inmigrantes italianos que llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX provinieron de la región del Lacio –capital Roma–. Una cocina más bien de clases bajas, con mucha menudencia, corte despreciado, fiambres no elegantes y quesos de oveja. No se trata de una “cocina de producto” despojada y elegante sino, al contrario, de enaltecer con mano y corazón alimentos baratos. Una cocina de casa, reconfortante y bastante simple de preparar. Pocos ingredientes, ricos.
Sobre todo es, y también es muy buena, seguro que no es mala, pero también, casi seguro, que no es la mejor.
Técnicas de cocción muy corrientes que, para mí, deben sepultarse. Muchas por supuestos olores, otras por comodidad, otras por ignorancia y otras, hasta por gustos inentendibles, porque, aunque digan lo contrario, de gustos está todo escrito. Por supuesto, siempre hay pequeñas excepciones a cada punto, pero por regla general es así. ¿Cuáles otras se te ocurren? ¿En cuáles no coincidís?
Porque las modas cambian, porque los paladares mutan, porque importa más el rendimiento y los costos, porque no hay demanda, porque simplemente no eran tan ricos o, porque: solo nos olvidamos. Algunas preparaciones que fueron populares y clásicas en los restoranes y cocinas argentinas, sobre todo porteñas, y hoy se encuentran olvidadas o en vías de extinción.