
Porque las modas cambian, porque los paladares mutan, porque importa más el rendimiento y los costos, porque no hay demanda, porque simplemente no eran tan ricos o, porque: solo nos olvidamos. Algunas preparaciones que fueron populares y clásicas en los restoranes y cocinas argentinas, sobre todo porteñas, y hoy se encuentran olvidadas o en vías de extinción.



Un emblema de la ciudad desde 1926, una síntesis de nuestro pasado, un templo de la pasta argentina y los platos que nacieron en Italia pero se criaron y reformularon en nuestro país: los infaltables fucciles al fierrito –la especialidad de la casa– tuco y pesto, los antipasto, las rabas a la romana, la napo o los imperdibles riñones a la valenciana. Todo envuelto en jamones colgantes, vinos en altura, retratos y cuadros que van quedando sin color y manteles cuadriculados blancos y rojos.
El bodegón en funciones más antiguo de Buenos Aires, desde 1873 en esa esquina de Barracas a metros del viejo Puente Pueyrredón. En el lugar funcionó una pulpería y posta desde 1750. Y en 1912, Yrigoyen dio un discurso antes de ser electo presidente; un restorán que resume la historia reciente de Buenos Aires –conserva algunos objetos de época–. Con una larga carta con más de 100 platos -como se debe- en El Puentecito priman los clásicos de origen español: pescados, mariscos o tortillas. Pero también sus milanesas son inmejorables, su tira de asado famosa o sus costillas a la riojana. Historia, presente y comida como se debe.
Desde 1950 reza el cartel del frente y nada de lo que sucede, sirven y conforma Miramar podría ilustrar que pasaron más de 70 años. Si hubiera que buscar una locación para una caricatura de un bodegón, Miramar sería demasiado buena, tanto que no sé si sería creíble. Su comida, los clásicos de otra época con acento español preparados como el primer día: el rabo de todo, el conejo a la cazadora, los caracoles, las lentejas o el mondongo a la española; el servicio, puro oficio; la experiencia, un placer bien porteño.
La Gran Taberna es el reino del despropósito: su salón enorme y recargado de objetos, banderas, esculturas de caballos, ajos, jamones; su menú que podría ser el más largo del mundo y sus platos que son de una abundancia casi exagerada. El templo porteño de Congreso sirve muchos de los clásicos españoles –mondongo, cochinillo, paella, mariscos, paella–, pero también platos de parrilla, todas las minutas imaginables y algunos de los que ya no se encuentran en ningún lado como las ranas a la provenzal, el chivito o la vizcacha. Hay lo que quieras y lo que se te ocurra, también. Todo bien servido, contundente y rico. Un hermoso despropósito.
El clásico de la Paternal desde 1956. Bodegón porteño en forma de cantina italiana: Argentina. Si sos indeciso no es tu lugar, solo ofrecen 28 salsas distintas para los fusiles. Muy rico antipasto –entradas italianas frías–, grandes fusiles, su clásico mondongo y buenos calamares y pescados. Además, un flan tremendo y un verdadero tiramisú. Un lugar sin más pretenciones que hacer comida honesta y buena.
Un clásico porteño son los bodegones dentro de los clubes de barrio y este creo que es su mejor exponente, el Club Gimnasio Chacabuco, un emblema del barrio. Un salón amplio improvisado en distintos niveles en la entrada del club, una de las mejores tortillas de la ciudad, muy buenas milanesas, los pollos y los matambres en todas las versiones que puedas imaginar, ricas rabas, buenos buñuelos y un buen flan. Un bodegón de club que juega siempre.
Un clásico de Recoleta con más de 50 años en la esquina de Vicente López y Ayacucho. Como se debe, más de 100 platos ofrece este bodegón cuidado de raíces españolas. Un recuerdo de infancia es su suprema maryland. Hay todas las entradas necesarias como para sentir orgullo por la patria: matambre arrollado, vitel toné, lengua, salpicón, muzzarellas. Por supuesto, también buenas e innumerables minutas, pastas caseras, carnes a la parrilla y ricos pescados. El mejor del barrio siempre con buena comida.
El bodegón de La Boca con casi 70 años de historia que se transformó de una cantina para empleados del puerto a lugar obligado de la identidad porteña y por tanto, de muchos turistas. El lugar que le dijo que estaba lleno a Bill Clinton, el lugar de una gran tortilla, muy buenas carnes, grandes pescados, famosas rabas, ni hablar de minutas o pastas. Fotos, banderines y remeras de fútbol entre pizarras con platos y más platos invaden las paredes. Debieron cerrar durante la pandemia y después de dos años volvieron como si nunca se hubiesen ido.







